Aquellos que dicen que algo no puede hacerse suelen ser interrumpidos por otros que lo están haciendo... Joel A. Barker
Este blog es el órgano de difusión de las actividades desarrolladas por los agentes dinamizadores, así como de la visión que estos pudieran tener de la experiencia que supone serlo. En este último sentido, cualquier opinión expresada se hace a título exclusivamente personal y, por lo tanto, tan solo representa a quien la expresa.

martes, 18 de diciembre de 2012

De cómo un Gran Agujero se puede convertir en una Cajita de Cerillas.




 Y al entrar vi el cajón. La primera percepción que tuve era la profundidad que tenía. Me pareció un profundo hueco, un enorme espacio que no sabía si podía ser rellenado en esas doce horas; no tenía la seguridad de poder entregar esa inmensa caja repleta de comida. Mi percepción sobre la misma me asustaba. Pensaba en todas las horas y tiempo que empleamos para que al final del día esa gran caja la pudiéramos entregar llena. En ese momento me acordé de la conversación que mantuvimos con Fernando Alcaraz, Gerente de Madre Coraje, sobre la empatía necesaria para realizar estos trabajos, aunque no me gusta equiparar la tarea que realizamos este día con la palabra “trabajo”. Ésta parece que requiere un esfuerzo, sacrificio y una recompensa pragmática y material. Y en este caso no es así. Prefiero llamar a esta tarea, labor. Una labor donde la empatía es un componente básico, puesto que, los alimentos que íbamos a conseguir recaudar no tenían ni nombres ni apellidos. No sabíamos a quién iba a ir destinada esa cantidad de alimentos. De eso se trataba, de hacer esta labor para un fin desconocido. Es así cómo puedes realizar tu cometido de una forma más ilusionante.

Sin embargo me di cuenta de una cuestión. Nosotros podíamos considerarnos como meros recaudadores de estos paquetes, puesto que sólo ofrecíamos los medios necesarios para que ese gran boquete pudiera ser tapado a base de kilos de alimentos; pero no podíamos comportarnos con los merecedores de esta acción. No. Los grandes merecedores eran las personas que, estando en sus casas, abrían su despensa o se entretenían en ir a comprar ese kilo y depositarlo en el inmenso agujero. Sí tiene su valor. Ellos tampoco podían tener ni el más pequeño conocimiento a qué familia iba destinado ese paquete que llevaban en la mano y lo entregaban en una urna. Admiro a esas personas.

Y empezó las “12 horas Solidarias”. La sensación que tenía era de estar empezando un gran día, de estar ante un acontecimiento que, al terminar, podíamos estar orgullosos. Esa era mi sensación y mi presión. Además de disfrutar del día, también quería tener esa responsabilidad. No tenía muchas oportunidades de poder salir y comprobar cuál era el estado del “Inmenso Boquete”, mas las veces que lo hacía, cada vez parecía más pequeño… y más pequeño. Hasta que a media tarde, se convirtió en una pequeña caja de cerillas y mis compañeros tuvieron que amontonar los alimentos al lado de la cajita. Esto me hacía tener más energía cada vez que pasaban las horas. No sentía el cansancio; el ver cómo se multiplicaba la cantidad de alimentos cada vez que podía salir, me hacía también multiplicar mis ganas y fuerzas.

Y terminó las “12 Horas Solidarias”. Me impresionó el sentimiento de empatía que tuvieron los asistentes a nuestro acto. Sabían de la situación que estamos viviendo y no dudaron en aportar lo que le pedimos. Aunque para nosotros, el gesto de entregar un kilo de alimento no pueda tener un especial valor, seguro que para la familia que lo recibe sí. Me impresionó mi cambio de percepción, de “Un Gran Agujero” a “Una cajita de cerillas”. Cómo podía haber tenido ni siquiera, la más mínima duda de que ese Gran Agujero se podía convertir en una insignificante cajita. Eso sí, ya en mi casa recapacité que la única solución al problema social que estamos viviendo, no es este. No es la caridad por la caridad. Eso es así. Pero comprendo que existen miles de familias que necesitan un ahora y un ya. Existen familias donde no pueden comprender otra forma de subsistir ahora y necesitan esos alimentos ya. Sin embargo, me sentí inmensamente bien, puesto que comprobé que no está todo perdido y que la sociedad puede cambiar. Que somos conscientes de nuestro hábitat y que somos capaces de mejorarlo.

Rubén González.





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